Al principio, la tierra era dulce,
sobre las sábanas del precipicio
corrían cráteres,
amargas amebas del desantojo.
Las palabras eran imaginación,
los chicles que luego construimos
para ser felices
autosatisfacernos
de nosotros mismos.
Las paredes, mármoles del
silencio, eran ventanas
a un mundo sin ojos,
no vemos,
no oímos,
a veces no solemos respirar.
El olor del ébano, los mordiscos
en el costado de tu Cristo,
salir a tomar, tomar, tomar, tomar,
que te abracen.
Que te besen hasta que la saliva de
todos los cuerpos esté en ti.
Beber, beber, beber, la sangre
de la luna decapitada,
las manitos congeladas,
las manitos congeladas por el sol.
No nos dejes, que tenemos miedo:
recuerda que al principio todo era amargo,
al principio del tiempo las
olas no nos daban el placer
de acercarnos.