Supresores Temporales
[Detrás del árbol, ni siquiera va la sombra - Últimos minutos]
lunes, septiembre 26, 2011
viernes, mayo 27, 2011
~ Amor ~
Hazme el amor, despacito
contra el recuerdo
la polución, el agua, el cuerpo
de la nada, la noche oblicua,
hazme de ti nada más que un
sentimiento aparte,
que cuando llegue la tarde,
que cuando entre a la bañera,
que cuando me lave los dientes,
piense en ti,
en ti en mí, en yo en tú.
Déjame en la mañana en la clase
más olvidada, cuando llegue el aroma
de la bruma, de la tierra húmeda,
de los senos cansados,
cuando me llegue la hora de sentir tus manos
mordiendo mi pezón celeste,
mis labios azulados por el cansado
retoño fluvial de la muerte.
Que tú
que yo
que no sintamos nada más que
el cuerpo arropado: una molestia,
sinceramente una molestia que con tus manos
blandas urdas tu cuerpo en mi conciencia.
Dilo: vos no tenés nombre,
vos no sos nada,
vos no valés la pena de amar.
Dilo: vos no sentís nada,
vos quedás pequeña como la luna,
vos sos morena, que de mí estás más que muerta.
Yo no tengo paciencia pa' sollozar,
sólo la amarga pelambre del cuerpo
azul
me exaltan las exhumaciones de tu cuerpo
el delirante rencor de la excepción del sexo:
tú lo sabes, yo de tarde en tarde te lo digo:
- vos lo sabés, me carga la gente precoz,
vos sabés que me aturde el sonido de tan gran audiencia,
vos no entendés mis sueños, mis anhelos, mis recuerdos.
De que algo nos debemos, lo hacemos,
de que nos cansamos contando cuentos,
que de ti yo quiero en mi algo más que
la suave indecencia de complacernos,
que de ti hay recuerdo,
lamentaciones.
Yo de ti, en mí, tengo solo el cuerpo,
el rencoroso, pálido, sexual delirio del deseo.
contra el recuerdo
la polución, el agua, el cuerpo
de la nada, la noche oblicua,
hazme de ti nada más que un
sentimiento aparte,
que cuando llegue la tarde,
que cuando entre a la bañera,
que cuando me lave los dientes,
piense en ti,
en ti en mí, en yo en tú.
Déjame en la mañana en la clase
más olvidada, cuando llegue el aroma
de la bruma, de la tierra húmeda,
de los senos cansados,
cuando me llegue la hora de sentir tus manos
mordiendo mi pezón celeste,
mis labios azulados por el cansado
retoño fluvial de la muerte.
Que tú
que yo
que no sintamos nada más que
el cuerpo arropado: una molestia,
sinceramente una molestia que con tus manos
blandas urdas tu cuerpo en mi conciencia.
Dilo: vos no tenés nombre,
vos no sos nada,
vos no valés la pena de amar.
Dilo: vos no sentís nada,
vos quedás pequeña como la luna,
vos sos morena, que de mí estás más que muerta.
Yo no tengo paciencia pa' sollozar,
sólo la amarga pelambre del cuerpo
azul
me exaltan las exhumaciones de tu cuerpo
el delirante rencor de la excepción del sexo:
tú lo sabes, yo de tarde en tarde te lo digo:
- vos lo sabés, me carga la gente precoz,
vos sabés que me aturde el sonido de tan gran audiencia,
vos no entendés mis sueños, mis anhelos, mis recuerdos.
De que algo nos debemos, lo hacemos,
de que nos cansamos contando cuentos,
que de ti yo quiero en mi algo más que
la suave indecencia de complacernos,
que de ti hay recuerdo,
lamentaciones.
Yo de ti, en mí, tengo solo el cuerpo,
el rencoroso, pálido, sexual delirio del deseo.
lunes, mayo 16, 2011
Conversación
Tú me decís: sos una grosa,
y yo no tengo agallas pa'
reírme:
¿cómo los chicles?
- ¡Claro! Pero podríamos mirarlo
desde otro punto de vista.
- ¿Cómo pa' no decirme que
estoy sin sabor, qué estoy muy usá?
Algo así pudo haberme dicho alguien
un par de años atrás,
cuando era bien visto que te dijeran
que eras de otra clase,
pucha, era bonito que te dijeran que
no eras como todas, que no eras
parte del
montón.
Si al final las palabras pasan, y tú me decís que
soy una chava nueva, que las palabras ya
no pesan,
en realidad.
(Pero, ¿cómo? en realidad tienen
el calor de la apoplejía máxima,
como que te carcomen por dentro,
como el olor del berrinche de las
guaguas en el jardín infantil.)
Si las palabras pasan, si no importa,
las cosas que me decís no tienen gracia
- sobre todo cuando se han esperado
durante largos tristes pedregosos años -
no tiene vuelta atrás que me digai
que soy una chica boba, o que me
cantes que soy una nena entretenida,
si al final, tú y yo sabemos
que no importan las palabras,
que no importa ni una huevada
de las que nos dijeron nuestros padres
amansados por la ironía de la dictablanda,
nuestros papitos jugosos no tienen la verdad,
y no importa, si al final la única realidad
es que las palabras pasan, con el peso de los años,
y las palabras aquí son las únicas grosas,
yo no tengo ese sabor.
y yo no tengo agallas pa'
reírme:
¿cómo los chicles?
- ¡Claro! Pero podríamos mirarlo
desde otro punto de vista.
- ¿Cómo pa' no decirme que
estoy sin sabor, qué estoy muy usá?
Algo así pudo haberme dicho alguien
un par de años atrás,
cuando era bien visto que te dijeran
que eras de otra clase,
pucha, era bonito que te dijeran que
no eras como todas, que no eras
parte del
montón.
Si al final las palabras pasan, y tú me decís que
soy una chava nueva, que las palabras ya
no pesan,
en realidad.
(Pero, ¿cómo? en realidad tienen
el calor de la apoplejía máxima,
como que te carcomen por dentro,
como el olor del berrinche de las
guaguas en el jardín infantil.)
Si las palabras pasan, si no importa,
las cosas que me decís no tienen gracia
- sobre todo cuando se han esperado
durante largos tristes pedregosos años -
no tiene vuelta atrás que me digai
que soy una chica boba, o que me
cantes que soy una nena entretenida,
si al final, tú y yo sabemos
que no importan las palabras,
que no importa ni una huevada
de las que nos dijeron nuestros padres
amansados por la ironía de la dictablanda,
nuestros papitos jugosos no tienen la verdad,
y no importa, si al final la única realidad
es que las palabras pasan, con el peso de los años,
y las palabras aquí son las únicas grosas,
yo no tengo ese sabor.
domingo, mayo 15, 2011
Andrómeda
[Yo quiero pelear por mi espacio pequeñito en el mundo. Pa' vivir contigo, pa' tener mis hijos y mostrarles el sur, pa' parir entre recuerdos guerrilleros a mis sosegados niños, encender la estufa y cocinarles una sopa en invierno. Abrazarte cuando llegues de la pega, cansado. Quiero ganarme mi espacio pequeñito en el mundo, pa' que llegado el momento de echarme pa' siempre no tenga vergüenza, pa' que muera sonriendo.]
No cansarme de sonreír ¿es eso?
despeinarme, caer en la cuenta del tiempo
no es la respuesta adecuada
¿acaso no soy otra diferente de las nuestras?
¿no soy sulfurada en la llama de la noche
cuál radiante epíteto de la lujuria, del desdén?
De mi no se cansa la luna de rogar noche,
no seguiré (rasgo el papel,
aprieto la boca contra el suelo,
paso la lengua: es el fin)
pa' cantar han nacido otras
de otros colores, de majaderas y más
bonitas piernas, de
cuerpo más redondo,
formas más bonitas: pa' parir.
Ni para ser mujer he nacido, ¿entonces, quién me
niega el futuro?
Si no he nacido pa' ser bella modelo,
si no he visto el sol ni para salir en carro,
en bicicleta a mover un poquito los muslos
que tan raídos están
de mi pena marcado el cuero
como fijado con laca pa'l pelo.
Yo que quiero ser madre atajo el aullido,
(ni siquiera voh sos mujer, me han dicho)
considero el tamaño de mi pecho magro,
el color de mis labios resecos
y en la enfermedad, en los momentos
desproporcionados de elegirme un macho,
(uno que corra conmigo mojado con
la lluvia del descenso)
no encuentro tu rostro entre mis modelos opacos.
Y veo mi lunar en la entrepierna
(me han dicho que mi abuela, que mis antepasados
en cuclillas la misma marca han tenido)
y mis ojos con un aura negra de
muerte socavada.
Yo que ni he nacido mujer, que ya
no veo derechos pa' esta tierra marchita,
que corro no más,
degenereque de medio plazo, a tiempo
medio, inmediata codorniz y sin saber me
desvisto,
me despojo
me destapo de las tripas
porque quiero sosegarme en la tierra
enrollar mi cuerpo
apretar las manitos
mientras doy el grito.
(Porque a la mujer siempre le queda el grito,
el grito como recuerdo de la sangre aplanada,
el de la víspera de muerte,
sólo nos queda el aullido sanjado en la vida bestial,
y entonces...)
martes, diciembre 07, 2010
(No Name)
Al principio, la tierra era dulce,
sobre las sábanas del precipicio
corrían cráteres,
amargas amebas del desantojo.
Las palabras eran imaginación,
los chicles que luego construimos
para ser felices
autosatisfacernos
de nosotros mismos.
Las paredes, mármoles del
silencio, eran ventanas
a un mundo sin ojos,
no vemos,
no oímos,
a veces no solemos respirar.
El olor del ébano, los mordiscos
en el costado de tu Cristo,
salir a tomar, tomar, tomar, tomar,
que te abracen.
Que te besen hasta que la saliva de
todos los cuerpos esté en ti.
Beber, beber, beber, la sangre
de la luna decapitada,
las manitos congeladas,
las manitos congeladas por el sol.
No nos dejes, que tenemos miedo:
recuerda que al principio todo era amargo,
al principio del tiempo las
olas no nos daban el placer
de acercarnos.
miércoles, diciembre 01, 2010
Degeneración
No es tampoco como que yo quisiera olvidarte,
y mis manos
- mis inútiles manos carentes
de tiempo, de sueños,
lo hayan logrado -,
no han dado cuenta para sí de tu
partida.
No se trata de que yo le haya
sacado para siempre de mi vida,
sino de que a veces, por las mañanas,
- cuando el miedo de no verte
nunca más me agobia como
cuando pensé que nunca amaría a nadie -,
el frío me aprieta y no logro
abrir los ojos como marmitas de
ternura.
Y mis manos marcadas en la pared
de mi cuarto, cuando lloran,
me recuerdan tu voz, aletargada
como si hablase sola,
como si las palabras ya no bastasen cuando
sé que estás vivo.
(Quizás para mí no hay momentos grises
en donde mi alma se cuele por la pared,
en donde mis sueños superen la expectativa de
la realidad,
en donde la miserable mirada de llanto que siempre
se me pega al esternón, que siempre me salpica
el hueso húmedo del omóplato salino,
que siempre hiende en dos mi boca
de mártires, acostumbrada boca,
que besa cuellos rotos, que muerde
heridas y hunde en mis manos
el aroma de otros recuerdos,
de otros cuerpos que no son el tuyo,
que nunca serán el tuyo,
que no volverán a saber del tuyo.
No es que haya intentado olvidarte, y
que la conspicuidad de mi tiempo
te haya alejado como a una partícula
de polvo fosforescente
en las arterias del alma.
(Lo sé, el espíritu no calla cuando de
pensar en ti se trata)
Y tus ojos, aún se impregnan en
el trasfondo de mis pasos,
cuando camino,
cuando sonrío,
cuando miro al cielo y siento frío.
Y no es que yo hubiese,
descaradamente,
intentado olvidarte, sino que
a través de cada una de mis gotas de
sangre hay veneno.
A veces tenemos la obligación
de dejar ir a los que amamos,
como una tortura de la religión,
una tortura del alma,
una degeneración del corazón.
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