viernes, enero 15, 2010

Escenas (Año nuevo)

Las manitos en el
bolsillo del pantalón,

la sonrisa de papel
desdibujada en el
mundo que no tiene
espacio para
nadie más.

¿Para qué matar humanos
y crear nuevos espacios
si pueden regarme a
mi y hacer crecer
nuevas rosas arrugadas?

Las manitos en el
pantalón, sellando un
universo plagado de frío.

(Estoy aquí, estuve
allá, estaré en otro
sitio en que no podré
vivir ni un segundo)

Me partiré como la
sierpe de cartón
que mira las estrellas
carmesí que se
tuercen en el
sigilo, murmuraré
palabras que nadie jamás escuchará
de mi lángidos labios
viperinos,

seré la aorta que
subsume al corazón
a un mundo indeciso,

seré el río que
moja el silencio
de apagones desteñidos,

no lloraré,

(abrazaré al olvido)

no sentiré,

(murmuraré
emociones en el aire
como cuchillas de goma)

no vivirás,
serás la gota de
jugo de limón que
recorre mis heridas.

Y el frutero goteará de
migas insensibles
el color de tu piel.

Escenas (Desnudez)

Mi alma se amarra de palabras
abstractas y confusas,

hay olvido,

y el doble de recuerdos
acalorados que me
chillan en suspiros
multicolores.

(Generalmente uso las manos
para hablar y la
condecendencia como medio
de evolución teórica)

El campo en el verano huele
a flores podridas, a
madreselvas al rededor
del cuerpo humedecido
por las lángidas mañanas,

huele a sopa de
verduras,

a carne chamuscada,

a sol confuso.

En el invierno huele a
conservas de frutos
del pasado, a papel
y plástico sobre el jardín,

a mujeres asexuadas,
(creo que a hombres)

Un par de paredes, una
gota de rocio del
verano pasado,

a gemidos huele el
sol caucásico del
horizonte acaramelado.

Me bastan aún tus manos
para acariciar la pelvis
de la temporal
mansedumbre de mi amor.

Escenas (Pretexto para dormir)


Al cerrar los ojos en
la montaña rusa de
la desesperación
quiero morir,

al caminar por
los fríos sordidos
de la implacable
lujuria
quiero caer,

la mansedumbre de
los colmillos
que desangran mi
pecho enjuto de raíces
omnívoras quiere
morir y decaer
en amargas canciones
de anís desnudo,

yo no me imagino
que se siente dejar
a un lado la
limosna de la
existencia,
no se que se siente respirar
en caídas de oxígeno
luminiscente, no
me imagino el sabor
de la implacable muerte
en mis manos
acarameladas
y pegajosas
cuando trato de vivir.

A tiempo parcial sonrío
en la aspera maleza
de la sociedad,

a tiempo medio
vivo entre las
manos de la sudada
eternidad humana,

y las manos que se
quiebran de tristeza
son cambiadas cada
noche en el pabellón
de cirugías,

cada noche,

cada momento de
vida que se
entrecruza y
cae,

en la cama de cualquiera.

Supresores temporales N° 1 (Eloísa)



Era una moto grande dijo mi mamá (no tengo ganas de contarte, ¿me prometes que no te enojas? Es que es una historia muy triste), yo pensaba que ella la había matado de un golpe en la cabeza en un momento de rabia y le había dejado moribunda, que sin saber bien que ocurriría le había arrojado agua caliente como hacen tan comunmente algunas personas, o simplemente, había muerto transgrediendo la realidad. (Mejor sientate, yo te voy a contar) Los misioneros la encontraron en la calle, con una herida en la cabeza, le había volado el ojo, y tenía sangre en la nariz, había muerto instantaneamente, y lo agradezco a pedazos, así es que ellos la dejaron en frente del portón de la casa de mi tío, ya había muerto. Solo había pasado la moto grande aquella tarde, ella no vio ningún vehículo más luego de eso. (Yo estaba haciendo pan así es que le dije a la tía Hilda que iba a ver cuando terminase de cocerlo, ahí la habían dejado. Me dijo que no te contase nada porque te pondrías triste. Era una moto negra grande) Bajé la cabeza, con la mirada perdida en el parnaso de las tertulias a las que nunca asistí, alguna vez me dijeron que el mundo era poesía. La mierda de perro que pisas en la calle es poesía. La vida. La muerte. El atropello de la Eloísa fue poesía para mis entrañas que sienten sed de sangrienta poesía. (La enterré allá atrás, ahí, bajo las tablas para que nadie la sacara. No estés triste. Cuando la vi, antes de que llegases, la tomé en brazos y la enterré. La metí dentro de una bolsa, y la enterré) Quiero llorar, pero no gano nada, y las razones que acaecen a mi conciencia sórdida son escuálidas y me perturban de a poco. Siempre la veía sentada en la escalera, arriba, en una esquinita para que nadie la notase. A veces dormía en mi cama, y yo me hechaba con ella. A veces simplemente me miraba desde su pequeñez. Era tan fuerte y ágil, y a la vez tan débil como yo que soy de papel. Quiero saber a donde se van los seres cuando desaparecen de nuestro espectro visual y se convierten en fantasmas de tela imaginaria. (Los misioneros la encontraron, el mismo día que te diste cuenta que no estaba. Yo no te quería decir. Te iba a dar pena)

Había una moto en el portón de en frente de mi casa. Mi mamá se quedó mirandola un rato y me preguntó: ¿te sentirías más grande si estuvieses en esa?

(Te va a dar pena, pero te diré la verdad... Para que no la busques más)