Tú me decís: sos una grosa,
y yo no tengo agallas pa'
reírme:
¿cómo los chicles?
- ¡Claro! Pero podríamos mirarlo
desde otro punto de vista.
- ¿Cómo pa' no decirme que
estoy sin sabor, qué estoy muy usá?
Algo así pudo haberme dicho alguien
un par de años atrás,
cuando era bien visto que te dijeran
que eras de otra clase,
pucha, era bonito que te dijeran que
no eras como todas, que no eras
parte del
montón.
Si al final las palabras pasan, y tú me decís que
soy una chava nueva, que las palabras ya
no pesan,
en realidad.
(Pero, ¿cómo? en realidad tienen
el calor de la apoplejía máxima,
como que te carcomen por dentro,
como el olor del berrinche de las
guaguas en el jardín infantil.)
Si las palabras pasan, si no importa,
las cosas que me decís no tienen gracia
- sobre todo cuando se han esperado
durante largos tristes pedregosos años -
no tiene vuelta atrás que me digai
que soy una chica boba, o que me
cantes que soy una nena entretenida,
si al final, tú y yo sabemos
que no importan las palabras,
que no importa ni una huevada
de las que nos dijeron nuestros padres
amansados por la ironía de la dictablanda,
nuestros papitos jugosos no tienen la verdad,
y no importa, si al final la única realidad
es que las palabras pasan, con el peso de los años,
y las palabras aquí son las únicas grosas,
yo no tengo ese sabor.
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