Enrojecí con las manos
hundidas en el polen
de los pies de las
abejas sudorosas,
con las piernas enrolladas
alrededor
del cuello del sombrío
sol y los
pechos sonrojados
con el ultimo rayo luminiscente
que me hundía el alma
a traves de una
mampara,
comprendía el canto de
las aves y
el caminar de las
hormigas,
en la tarde podía
tocar una mano con
la otra y cubrir las
nubes rollizas de
pasiones hermitañas,
en la noche podía sonreír
a las estrellas
con mis labios
acalambrados,
a medianoche sabia del
amor que no cubre nada
y hace reír, llorar,
cantar y esconderse a
la orilla del mar,
podía pedir perdón
con mis escúalidas palabras
que ardian en una marmita,
a esa hora, cuando los
dioses callan, comprendí
que era tan pequeña
que no podría tocar jamás
la luna.
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